20080125

Certidumbre para dos

Para Natalia

La luz blanca lo iluminaba todo. Los sonidos de las bocinas anunciando horarios y destinos, nombres, corrían por el lugar. Afuera, la noche estaba nublada, sin embargo algunas nubes dejaban ver por momentos la luna; menguaba. Desde los puentes se observaba reptar la luz.

El frío era una premonición
galopando en la cresta
del tiempo.

Ella recorrió los pasillos, cambió pesos, muchos, por dólares, pocos; cambió más pesos por pesos, ¡vaya tautología! Caminaba pensando versos —su caminar era un verso arrojado al mundo para calmar el alma de algún corrupto—, en una cura para los pasos apretados del día, en el retraso: su vuelo saldría tres horas después de lo programado. Una sonrisa, una pregunta y un lo siento. Eso fue todo. Luego a esperar.

Sus pupilas fueron reducto
del cansancio del mundo.

Tenía hambre. Alguien cerca, muy cerca, también tenía hambre e incertidumbre. Ella receptáculo —la poesía todo lo ve, todo lo siente—. Fuera de ella, el mundo era un rumor que repetía instrucciones. Caminó, se despidió de Alguien. Alguien se fue triste, dejando trozos de esperanza por los pasillos, recordando que desde que ella está sueña más.

No es que uno no se vaya,
es que dos se quedan,
observando lo que de grieta tienen.

Guardó el tiempo: leyó un libro redondo. Pidió un té. Intercambió impresiones con Alguien que se debatía con el tiempo sin pensar que jamás lo vencería. Ahí todo era ir y venir de rostros, de sonidos. Ella encapsuló el cuerpo para liberar el alma.

El mundo es un desfile de sombras
que a veces se saludan.

Las luces blancas lo iluminaban todo. Los sonidos de las bocinas seguían anunciando horarios y destinos, nombres, corriendo por el lugar. Afuera, el viento había empujado las nubes. La luna brillaba y su lustre era un drama en los cristales, en algunos ojos. Alguien, cerca, daba cuenta de ello a cada bocanada. El humo flotaba trémulo, deslizándose a contraluz como un fantasma.

Ella no cerró el libro,
se lo llevó entre los párpados.

Anunciaron su vuelo. La calma fue certidumbre para dos en un mensaje de texto.

20080117

El Chino (cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia)

INDAGATORIA No. FVC/VC-3/T2/03662/07-12

Se tiene a la vista: una cartera de piel color café de la marca yamamoto, usada, en cuyo interior se encuentra una tarjeta perfiles de la institución bancaria banamex número 5204 1534 4726 4378, así como otra tarjeta de masterd card citi, número 5288 5209 7698 8267, ambas a nombre de Remigio López Hurtado, una credencial de elector expedida por el Instituto Federal Electoral a nombre Remigio López Hurtado de la cual en su margen derecho cuenta con una fotografía a color de su titular. Asimismo se tiene a la vista un teléfono celular de la marca motorola, color gris plata, modelo V3 con pila B-V3, usado

DAMOS FE
Declaración del: Denunciante Remigio López Hurtado.- Que siendo las 07:04 siete horas con cuatro minutos horas del día 8 del mes de diciembre (12) del año 2007 dos mil siete, estando presente en el interior de esta oficina el denunciante quien dijo llamarse Remigio López Hurtado, a quien tomándosele protesta en términos de ley conforme al Artículo 280 del Código de Procedimientos Penales Vigente para el Distrito Federal, que a la letra dice ¿Protesta usted bajo su palabra de honor y en nombre de la ley declarar con verdad en las diligencias en que va a intervenir? y habiendo contestado —Sí protesto— y advertido de la penas a que se hacen acreedores los que declaran faltando a la verdad ante una autoridad en ejercicio de sus funciones o con motivo de ellas, tal y como le prevén los artículos 311 y 312 del Código Penal para el Distrito Federal. Hecho lo anterior el denunciante Remigio López Hurtado, enterado del contenido del acuerdo B/029/02, emitido por el titular de esta institución solicita que su domicilio obre agregado a las presentes actuaciones en forma confidencial.
Manifestó llamarse como ha quedado escrito, ser de sexo…, tener… años de edad, estado civil…, instrucción…, ocupación… , originario de…, que pertenece al grupo étnico…, y habla la lengua…, nacionalidad…, con domicilio actual en…, teléfono…, curp…, y que en este acto se identifica con credencial de elector expedida a su favor por Instituto Federal Electoral, con número de folio…, misma que tiene una fotografía a color en su parte margen derecho, la cual concuerda con los rasgos fisonómicos del emitente, y en relación a los hechos que se investigan.

DECLARO
Que: comparece en forma voluntaria y manifiesta que el día de hoy 08 ocho de diciembre del año 2007 dos mil siete siendo aproximadamente las 03:20 horas el declarante salió de un recital de poesía ya que su novia había dado ese recital en un restaurante localizado a la vuelta del Metro Moctezuma, por lo que se dirijió a la calzada Ignacio Zaragoza esquina con José Jasso en la colonia Moctezuma primera sección para esperar que pasara un taxi que lo llevara a su domicilio particular, por lo que al estar en dicha esquina esperando un taxi se le aproximaron dos personas del sexo masculino, y una de ellas le empezó a hacer la plática sobre el partido de futboll de los equipos pumas y atlante del día de ayer, siendo que el que platicó en especifico con el declarante es el sujeto que en este momento se encuentra detenido y el cual se niega a proporcionar su nombre enterándose por parte de los policías preventivos que únicamente les dijo que le apodaban “El Chino”, sujeto que estaba parado del lado izquierdo y en la plática terminó parado enfrente del declarante como queriendo captar su atención mientras que el otro sujeto se acercó por detrás, pero en seguida se alejó y después regresó como a los tres minutos, tiempo en que el declarante continuó hablando con el sujeto hoy detenido, siendo que cuando regresó el segundo sujeto se le acerco al de la voz por la espalda lo cual le causó ya en ese momento desconfianza al declarante y repentinamente sin decirle nada esta persona lo sujetó por el cuello con su brazo derecho ejerciendo presión contra el cuello del declarante, aplicándole la llave conocida como “la china”, mientras que el otro sujeto con el que había estado platicando de fut boll lo empezaron a esculcar entre sus pertenencias, perdiendo el conocimiento momentáneamente y recuperándolo casi en seguida, y al hacerlo se percató de que estaba tirado en el suelo boca arriba y estaba siendo esculcado entre sus ropas por tres sujetos entre los que se encontraba el sujeto que hoy se encuentra detenido, siendo el mismo con el que estaba platicando de futboll, así como el sujeto que lo chineó y un tercer sujeto que vio hasta ese momento, los cuales al momento en que el declarante recobró el conocimiento estas personas lo dejaron de esculcar, siendo que del lado izquierdo estaba el sujeto que se encuentra detenido al que se entera que le apodan “El Chino” y los otros dos sujetos estaban del lado derecho del declarante, mismos que se hecharon a correr sobre la calzada Ignacio Zaragoza dando la vuelta sobre la misma esquina de José Jasso, perdiéndolos de vista momentáneamente, momento en el que se percata de que venía circulando sobre la calzada general Ignacio Zaragoza una patrulla de la Secretaria de Seguridad Pública a cuyos policías les pidió apoyo explicándoles que momentos antes lo habían asaltado tres sujetos, por lo que los policías le pidieron que subiera a la patrulla para realizar un recorrido para tratar de localizar a estos tres sujetos, a lo cual accedió el declarante dándole la vuelta a la manzana a bordo de la patrulla, y al regresar a la misma esquina de Calzada General Ignacio Zaragoza esquina con José Jasso, en la colonia Moctezuma primera sección, se percató de que junto a una tienda OXXO se encontraba un grupo de sujetos entre los cuales reconoció a uno de los sujetos que habían participado en el robo, siendo el sujeto con el que primeramente platicó de fut boll, por lo que se los señaló a los policías y estos procedieron a detenerlo encontrándole en su poder la cartera, credenciales y tarjetas de crédito, así como su teléfono celular, sin que le encontraran el dinero, por lo que a petición del declarante es que los policías procedieron a su aseguramiento y el traslado a estas oficinas, por lo que al tener a la vista en el interior de estas oficinas al sujeto del sexo masculino que se niega a proporcionar su nombre y del que solo se sabe que dijo le apodaban “El Chino”, de aproximadamente entre 40 a 50 años de edad, lo reconoce plenamente y sin temor a equivocarse como al mismo al que se ha venido refiriendo en su presente declaración y la cual le hace imputación firme y categórica de los hechos y denuncia el delito de robo con violencia cometido en su agravio y en contra de este sujeto apodado “El Chino” y en contra de quien resulte responsable, agregando que por lo que hace a la media filiación del sujeto que lo chineó era como de 30 años de edad, de complexión delgada, guerito, como de 1.60 metros de estatura, siendo todo lo que puede proporcionar de este sujeto, pero de tenerlo a la vista si podría reconocerlo, y el tercer sujeto era como de entre 30 a 35 años de edad, medio llenito y tenerlo a la vista si podría reconocerlo, asimismo al tener a la vista en el interior de esta oficina los objetos que le fueron encontrados en poder de la persona que está detenida, siendo una cartera de piel color café de la marca yamamoto en cuyo interior se encuentra una tarjeta de crédito perfiles de la institución bancaria banamex numero 5204 1534 4726 4378, así como otra tarjeta de master card citi, número 5288 5209 7698 8267 a nombre del declarante, una credencial de elector expedida por el Instituto Federal Electoral a nombre del declarante, así como un teléfono celular de la marca motorota, color gris plata modelo v3 con pila b-v3, los reconoce como de su propiedad y como los mismos que le fueron robados por el hoy probable responsable y sus dos cómplices que se dieron a la fuga, solicitando de esta autoridad la devolución de sus pertenencias siempre y cuando no exista impedimento legal alguno y hayan intervenido los peritos de esta institución, asimismo manifiesta que no desea pasar al médico legista topa vez que no le causaron lesión alguna visible, siendo todo lo que desea declarar previa lectura de su dicho lo ratifica y firma al margen de la hoja para constancia legal.

20080103

La noche del féretro


Les comparto este gran cuento de Francisco Tario que un amigo, Ovidio Ríos, me recomendó.

Entró un señor enlutado, con los zapatos muy limpios y los ojos enrojecidos por el llanto. Se aproximó al empleado y dijo:
—Necesito un féretro.
Oí distintamente su voz ronca y amarga seguida por una tos irritante que, de estar yo dormido, me hubiera hecho despertar. Oí también, en aquel preciso momento, el timbre de la puerta en la casa contigua y el ladrido del perro, quien anunciaba así su alegría.
El empleado dijo:
—Pase usted.
Y pasó el hombre sigilosamente, con un poco de asco, mirando a diestra y siniestra, como una reina anciana que visita un hospital. Parecía un tanto avergonzado del espectáculo: de aquellos cajones grises, blancos o negros que tanto asustan a los hombres, y de aquella luz amarilla y sucia que daba al local cierto aspecto de taberna.
Mi compañero de abajo se enderezó cuanto pudo para explicarme:
—El cliente es rico, conque tú serás el elegido.
La noche era fría, lluviosa, y soplaba un viento de nieve. No apetecía yo, pues, moverme de aquel escondrijo tan tibio, cubiertos mis largos miembros con una suave capita de polvo, y mucho menos aventurarme —Dios sabe con qué rumbo— por esas calles tan húmedas y resbaladizas.
El enlutado seguía tosiendo y examinando uno a uno los féretros. Nos miraba curiosamente, sin aproximarse demasiado, cual si temiera que uno de nosotros, en un momento dado, pudiera abrir la boca y tragarlo. En voz baja, respetando fingidamente el dolor del cliente, iba el empleado elogiando su mercancía, haciendo notar entre otras cosas su sobriedad, duración y comodidad.
De súbito, advertí sobre mi espina un cosquilleo bien conocido: el empleado me quitaba el polvo ceremoniosamente con un cepillo de gruesas cerdas que me produjo risa. Procuré estrecharme contra el muro, observando de soslayo al enlutado. Vi sus ojos tristes, abultados —verdaderos ojos de rana— que repasaban mi cuerpo de arriba abajo. Escuché de nuevo su voz cavernosa:
—El finado es robusto, ¿sabe?
Fue entonces cuando pensé:
"Me llevará sin duda".
En efecto, prorrumpió:
—Creo que me convenga éste.
Ajustaron el precio —en mi concepto, irrisorio— y me trasladaron a un automóvil demasiado fúnebre, con las llantas blancas. La lluvia seguía cayendo en aisladas gotas frías. El cierzo me penetraba a través de los poros, helándome la sangre. Una sombra humana, en el interior del vehículo, sollozaba ahogadamente, llevándose con frecuencia el pañuelo a la boca. Otra, más rígida y grave, con el cuello del capote subido, hacía girar extrañamente el volante...
Cruzamos calles silenciosas y lóbregas, pobladas de perros chorreantes y prostitutas; avenidas iluminadas y alegres donde la gente paseaba con lentitud, bajo los paraguas negros; una plazoleta muy triste en la cual tocaba una banda y los militares lucían sus uniformes nuevos; edificios de ladrillo, tenebrosos, en cuyos interiores adivinaba yo parejas de hombres y mujeres estrujándose frenéticamente...
En tanto, mi cerebro trabajaba sin descanso:
"¿Hacia qué lugar me conducirán? ¿Qué clase de destino me aguarda?"
Es preciso que los hombres sepan que los féretros tenemos una vida interna sumamente intensa, y que en nuestros escasos ratos de buen humor bromeamos o nos chanceamos unos con otros. Ante todo, tenemos nombre: unos, masculinos y, otros, femeninos, naturalmente, de acuerdo con nuestro sexo.
Mientras permanecemos en el almacén somos célibes. Sin embargo, estamos fatalmente destinados al matrimonio; es decir, a lo que en el mundo común y corriente se designa con otro nombre estúpido: el entierro. Semejante acontecimiento es el más importante de nuestra vida, y de ahí que meditemos tan a menudo acerca del cónyuge que nos deparará la suerte.
Buena prueba de esto último es que hoy, al salir rumbo al armatoste que me aguarda, un antiguo camarada se despidió de mí de esta forma:
—Que el destino te conceda buena hembra y buena casa...
Yo, que soy hombre, le respondí tristemente:
—Sobre todo, eso, amigo: buena casa para pasar el invierno.
¡Ah, esas tumbas de tierra, enlodadas y frías, llenas de mil clases de bicharracos glotones que trepan por nuestras espaldas y nos van destruyendo lentamente! ¡Esas tumbas ignominiosas y endebles, en cuya superficie no hay flores ni hierba, y sobre las cuales chapotea la lluvia sin piedad alguna! ¡Esas tumbas tan pobres, tan solas, encaramadas allá sobre cualquier montaña o sumergidas en el corazón de un abismo!
Cuando el automóvil se detuvo, observé que mi llegada despertaba un interés incomprensible. Se oyeron voces humanas de:
—¡El féretro! ¡El féretro!
Alcé los ojos y vi un edificio cuadrado, con dos terrazas de piedra. Suspiré, aliviado. Tres hombres vestidos ridículamente me transportaron hasta un suntuoso aposento en cuyos ángulos ardían los cirios: esos malditos cirios que chisporrotean continuamente abrasando nuestras entrañas con sus gotas de cera blanca. Tardé un buen rato, no obstante, en descubrir a mi cónyuge. Entretanto, tuve que realizar indecibles esfuerzos para contener la risa. Allí estaba yo, tendido sobre no sé qué mueble absurdo, y los hombres desfilaban ante mí con sus levitas y sus rostros descompuestos. Me miraban a hurtadillas y tosían o se alejaban rápidamente. Nadie se mantenía ecuánime en mi presencia, cual si yo fuera una especie de monstruo, culpable de la muerte de los hombres.
Una muchacha fresca y esbelta, que despedía un olor en extremo agradable y que había deseado para mí con toda el alma, prorrumpió al yerme:
—¡Es tan terrible y tan negro!
Distinguí su pecho duro y alto, que se estremecía de terror, y la línea de su vientre suave, bajo la tela infame.
Otra mujer, rubicunda y fea, cuchicheó una frase indulgente:
—¡Y las manijas son de plata!
Pero he aquí que, de pronto, un chiquillo se me acerca y pregunta:
—¿Es para enterrar a papá?
Sentí que el corazón me dejaba de latir dentro del pecho, que la cabeza me daba vueltas, y que me hallaba abandonado en mitad de un túnel nauseabundo.
"¿Cómo, para papá? —me dije—. ¿No soy acaso un hombre?"
Quise gritar, protestando. Quise incorporarme y echar a correr sin ningún rumbo, pero no pude. Cuatro pesadas manos, cubiertas de vello, me sujetaron por pies y cabeza y no supe más de mí. Debí perder el sentido. Cuando desperté, un hombre gordo, hinchado, pestilente y rubio, yacía sobre mis pobres huesos. Ardían los cirios en torno mío, salpicándome las ropas; rezaba un sacerdote, mirando por encima de sus anteojos a las mujeres bonitas; unos gemían con ayes velados; otros chillaban procazmente, sin comprender el destino del hombre. Caían por tierra pétalos de flores...
No pudiendo soportar más el oprobio de que era víctima, hice un sobrehumano esfuerzo y derribé al cadáver. Cayó éste con gran aparato, partiendo por la mitad un cirio que se apagó instantáneamente. Cayó con la cabeza hacia abajo, haciendo tronar el piso.
Yo grité y no me oyó nadie:
—¡No quiero! ¡No quiero!
Todos se apresuraron a levantar al muerto, aunque pesaba demasiado. Estaba rígido y frío como un árbol. Me dio horror. Vi a lo lejos a la jovencita fresca, muy pálida y aterrada, con las manos sobre el descote. Su perfume me embriagó esta vez, removiendo mis instintos.
"¡Lograr poseerla!", pensé con angustia.
Pero de nuevo cayó a plomo sobre mí el hombre ventrudo y fétido, cuyo cuerpo parecía exactamente una vejiga.
Me encogí de hombros y opté por dormirme. Dormirme como un novio impotente o tímido en su noche de bodas.
Así lo hice. Y soñé. Soñé con dulces muertas blancas, cuyos muslos temblaban sobre mi piel... con ricos sepulcros de mármol, muy ventilados y alegres... Soñé, y las imágenes sibaríticas me hicieron tanto mal, que cuando abrí los ojos y vi penetrar el sol por las vidrieras me sentí exhausto, vacío, postrado, como deben sentirse los hombres después de una óptima noche de continuos placeres.


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